Todas las mañanas, empezamos con música clásica. No para relajarnos, porque a esa hora ya venimos relajados.
Mientras suena la música, aprendemos a entrar en clase sin hacer ruido, bajamos las sillas, nos quitamos la ropa de abrigo, colocamos las mochilas, sacamos de ella lo que queramos mostrar (trabajo de casa, lecturas interesantes, autorizaciones...) y lo preparamos encima de la mesa. No hablamos, porque ya nos hemos saludado en la fila. Simplemente nos sentamos y disfrutamos el momento.
Luego, cuando termina la audición, hablamos sobre lo que hemos escuchado: cómo se titula la composición, quién es el autor, de dónde es, un poco de su biografía y de las características de su obra y de su época.
Oir música clásica forma parte de nuestra rutina diaria y da pié para muchos conocimientos.
Pero lo más importante es aprender a amarla. Y no se ama lo que no se conoce.
Esta semana hemos escuchado "La máquina de escribir", una pieza que compuso LEROY ANDERSON, para una película de Jerry Lewis.
Al final hemos llegado a la conclusión de que la verdadera máquina de escribir la tenemos todos en el cerebro.
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